Lo que me hubiera gustado saber cuando empecé a liderar jóvenes
Cuando empecé a liderar, pensaba que tenía que tener todas las respuestas. Me preparaba con la idea de ser el que resuelve todo, el que no se equivoca, el que siempre sabe qué hacer. Pero la verdad es que los jóvenes no buscan un líder perfecto; necesitan a alguien auténtico. Alguien que sepa decir “no sé” sin miedo, que se atreva a mostrarse humano, vulnerable. Alguien que no solo enseñe, sino que camine con ellos, que los acompañe.
Con el tiempo entendí que la conexión es más importante que cualquier programación. Puedes tener el mejor plan del mundo, las actividades más creativas y el cronograma más detallado... pero si no logras conectar con ellos, todo eso se queda en el aire. Es fundamental escucharlos, conocerlos, interesarte genuinamente por sus vidas. ¿Qué les gusta? ¿Qué les preocupa? ¿Cómo se sienten? A veces, basta con mirarles a los ojos y hacer una simple pregunta para abrir puertas que ningún juego lograría.
También aprendí que no todos van a responder igual, y eso está bien. Algunos se entusiasman rápido, participan, preguntan, se comprometen. Otros parecen desconectados, como si nada de lo que haces les llegara. Puede frustrar, claro. Pero es parte del proceso. Cada joven tiene su ritmo, su historia, su propio tiempo para abrir el corazón. Lo tuyo es ser constante, seguir presente, orar por ellos y no desanimarte por los resultados que no ves de inmediato.
Otro gran aprendizaje fue que el liderazgo no se trata de tener el control. No es dirigir como si fueras el jefe de un proyecto. Liderar jóvenes es servir, estar dispuesto a ensuciarte las manos, a hacer lo que nadie ve, a dar sin esperar reconocimiento. Es amar con acciones concretas, muchas veces en lo escondido, y predicar más con tu vida que con tus palabras.
Claro que vas a cometer errores. Y sí, también vas a sentir que fracasaste. Pero eso no te descalifica. Al contrario, te forma. Te hace más real, más cercano, más consciente de que el verdadero líder también aprende. Lo importante es tener la humildad de reconocerlo, corregir el rumbo y seguir caminando.


Oración por la Asamblea Diocesana Juvenil de Renovación Carismática 2025. Diócesis de Campeche
Algo que jamás debes descuidar es tu intimidad con Dios. Puedes tener talento, creatividad, energía… pero si no estás conectado con Él, todo se vuelve superficial. Tu vida espiritual es la raíz de tu liderazgo. Ninguna actividad, ninguna predicación ni ningún retiro reemplaza tu tiempo de oración, ese espacio en el que se renueva tu llamado y se fortalece tu corazón.
¿Y qué pasa cuando nadie responde?
Hay momentos en los que parece que nada de lo que haces funciona. Preparas algo con cariño, te esfuerzas, oras… y al final no llega nadie. O llegan, pero están distraídos, no participan, se van sin decir nada. Y duele. Porque uno le pone el corazón, y cuando no ves respuesta, cuesta no preguntarse si vale la pena seguir.
Si alguna vez te sentiste así, quiero que sepas que no estás solo. Muchos líderes hemos pasado por ahí. Momentos en los que parece que estás luchando solo, donde sientes que tu esfuerzo no da fruto. Pero hay algo que no puedes olvidar: tu llamado no depende de las respuestas visibles, sino de la fidelidad de Dios. Tú obedeces, Él transforma. Aunque no veas el fruto ahora, puede que ya esté creciendo en lo profundo, en silencio.
San Pablo lo dijo de forma clara: “Manténganse firmes e inconmovibles, progresando siempre en la obra del Señor, conscientes de que su trabajo no es en vano en el Señor” (1 Corintios 15,58). Esa frase me ha sostenido muchas veces.
Y si solo uno fue tocado… aunque tú no lo sepas, aunque nunca lo diga… ¿no valió la pena? A veces, el que menos lo demuestra es el que más lo necesita. Ese joven callado al fondo, que parece que ni te escucha, tal vez se lleva en el corazón justo lo que Dios quería que escuchara.
No subestimes lo que Dios puede hacer con tu sí. Con tu esfuerzo silencioso, con tus oraciones cansadas, con tu fidelidad cuando nadie aplaude. Lo que hoy te frustra, mañana puede convertirse en un testimonio. Porque Dios no ha terminado contigo. Ni con tu grupo.
¿Te ha pasado algo así? Me encantaría leerte.